Artículo publicado en la Revista Basileia de la Parroquia de San Sebastián. Número 20. Abril 2013
Decía Benedicto XVI en la carta en forma de “motu proprio” sobre la Nueva Evangelización: “La Iglesia tiene el deber de anunciar siempre y en todas partes el Evangelio de Jesucristo. Él, el primer y supremo evangelizador, en el día de su ascensión al Padre, ordenó a los Apóstoles: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28, 19-20). Fiel a este mandamiento, la Iglesia, pueblo adquirido por Dios para que proclame sus obras admirables (cf. 1 P 2, 9), desde el día de Pentecostés, en el que recibió como don el Espíritu Santo (cf. Hch 2, 1-4), nunca se ha cansado de dar a conocer a todo el mundo la belleza del Evangelio, anunciando a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, el mismo «ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8), que con su muerte y resurrección realizó la salvación, cumpliendo la antigua promesa. Por tanto, para la Iglesia la misión evangelizadora, continuación de la obra que quiso Jesús nuestro Señor, es necesaria e insustituible, expresión de su misma naturaleza”.
Dejaba claro el Santo Padre que la misión de la iglesia es por tanto anunciar la buena nueva del Evangelio. La tarea de todo cristiano es pregonar en medio del mundo la misericordia del Señor, pero ¿qué ocurre? Que la realidad es compleja, que el tejido cultural en el que vivimos es arduo y la fe no es acogida como una realidad necesaria para el hombre. Hay una serie de transformaciones que, si bien son buenas y beneficiarias, están teniendo consecuencia en la dimensión religiosa del hombre, a saber: las transformaciones sociales a las que hemos asistido en las últimas décadas tienen causas complejas, los gigantescos avances de la ciencia y de la técnica, la ampliación de las posibilidades de vida y de los espacios de libertad individual, los profundos cambios en el campo económico, el proceso de mezcla de etnias y culturas causado por fenómenos migratorios de masas, la creciente interdependencia entre los pueblos… Todo lo mencionado está produciendo un cambio en la sociedad, caracterizada por una pérdida preocupante del sentido de lo sagrado que, incluso, ha llegado a poner en tela de juicio los fundamentos que parecían indiscutibles, como la fe en un Dios creador y providente, la revelación de Jesucristo único salvador y la comprensión común de las experiencias fundamentales del hombre como nacer, morir, vivir en una familia, y la referencia a una ley moral natural.
Ante el panorama expuesto podemos ya hablar de Nueva Evangelización. ¿Qué significaría? Comienzo diciendo que no significaría un “nuevo Evangelio”, o una “nueva misión”, porque «Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los siglos» (Hb 13, 8) y porque la misión de la iglesia no ha cambiado. Nueva evangelización quiere decir una respuesta adecuada a los signos de los tiempos, a las necesidades de los hombres y de los pueblos de hoy, a los nuevos escenarios que diseñan la cultura a través de la cual contamos nuestras identidades y buscamos el sentido de nuestras existencias. Nueva evangelización significa, por lo tanto, promover una cultura más profundamente enraizada en el Evangelio. Sería ofrecer el Evangelio al hombre de hoy como único camino para la felicidad y la salvación. La Nueva Evangelización será nueva en su ardor, nueva en su expresión y nueva en sus métodos.
Una evangelización nueva en su ardor. Esto supone una fe sólida, una caridad pastoral intensa y una tenaz fidelidad que, bajo la acción del Espíritu, genere una mística, un entusiasmo incontenible en la tarea de anunciar el Evangelio y capaz de despertar la credibilidad para acoger la Buena Nueva de la Salvación. Ese ardor ha de ser la alegría y el ímpetu de nuestras vidas que manifiesten el gozo de habernos encontrado con Dios.
Nueva en sus métodos. Las nuevas situaciones exigen nuevos caminos para la evangelización. El testimonio y el encuentro personal, la presencia del cristiano en todo lo humano, así como la confianza en el anuncio salvador de Jesús y en la actividad del Espíritu Santo no pueden faltar.
Hoy más que nunca se ha de emplear, bajo la acción del Espíritu creador, la imaginación y creatividad para que de manera pedagógica y convincente el Evangelio llegue a todos. Ya que vivimos en una cultura de la imagen, debemos ser audaces para utilizar los medios que la técnica y la ciencia nos proporcionan, sin poner jamás en ellos toda nuestra confianza.
Nueva en su expresión. Jesucristo nos pide proclamar la Buena Nueva con un lenguaje que haga más cercano el mismo Evangelio de siempre a las nuevas realidades culturales de hoy. Desde la riqueza inagotable de Cristo se han de buscar las nuevas expresiones que permitan evangelizar los ambientes marcados por la cultura urbana e inculturar el Evangelio en las nuevas formas de la cultura. La Nueva Evangelización tiene que inculturarse más en el modo de ser y de vivir de nuestras culturas, teniendo en cuenta las particularidades de las diversas culturas, especialmente las indígenas y afroamericanas (urge aprender a hablar según la mentalidad y cultura de los oyentes, de acuerdo a sus formas de comunicación y a los medios que están en uso). Así, la Nueva Evangelización continuará en la línea de la encarnación del Verbo. Se trataría de hablar al hombre de hoy con el lenguaje de hoy.
Como podéis ver el reto es grande, pero no estamos solos. El Señor está de nuestra parte y contamos con la inestimable intercesión de la Santísima Virgen María que, siendo Estrella de la Evangelización, nos muestra el camino.
Quedo a vuestra disposición ahora y siempre, que Dios os bendiga.
Adrián Sanabria,
Vicario Episcopal para la Nueva Evangelización