Adjuntamos la reflexión para la celebración de Pentecostés que nos ofrece nuestro hermano sacerdote D. Ignacio del Rey.
Enviados en Pentecostés
Mis queridos hermanos de la Paz:
Tras la Cuaresma, la Semana Santa y la Pascua, quizás podamos correr el riesgo de que pase desapercibida la Solemnidad de Pentecostés en nuestras vidas. En nosotros está impedir que eso suceda regalándonos la oportunidad de ahondar y profundizar algo más en esta fiesta que viene a ser mucho más que un día rojo en el calendario. Pentecostés es una llamada de atención a nuestra vida cristiana, un impulso de esperanza, un lanzamiento al camino.
En Pentecostés podríamos decir que termina la misión de Jesús en la tierra y comienza la nuestra, con el soplo sobrecogedor y alentador de su Santo Espíritu. Recibimos una misión que además procede y continúa a la que el Hijo recibe del Padre: “Como el Padre me envió, así os envío yo” (Jn 20, 21). ¡Qué zamarreón a nuestra tibieza y a nuestras rutinas anestesiadas, saber que somos enviados por Dios igual que Cristo! Imponente. En nosotros y solo en nosotros, habita la responsabilidad de evitar que el fuego del Espíritu que, como don impagable e inmerecido recibido de lo Alto, ha venido a inflamar nuestros corazones, no se extinga sino que, por el contrario, se propague entre nosotros e incendie nuestro mundo con el Amor que de Él recibimos.
Nos sumergimos sigilosamente en un espiral de incendios provocados por el pecado. Nuestra mediocridad, nuestros juicios gratuitos, nuestra lengua despiadada, nuestras frívolas incoherencias…vienen a calcinar el plan de Dios para nosotros. Una contienda que, a veces con nuestro favor, se cobra la vida de muchos y las heridas de otros tantos. Por eso mismo, esta Fiesta es el preciso y precioso momento de caer en la cuenta de que Dios desea inflamarnos con otras llamas, que en el corazón de Jesús bombea intensamente el deseo de avivar y provocar en nuestras vidas un ardor que nazca de nuestro encuentro personal con Él y que, desbordando nuestras mismas entrañas, estalle en la necesidad imperiosa de dar a conocer al mundo la alegría que solo del Amor de Dios procede. ¡Qué regalo poder ser cooperadores de los planes divinos para llenar el mundo del calor del Salvador!
Hoy, los hermanos de la Paz, atisbamos delante de nuestros ojos un horizonte lleno de desafíos que, despojándose de derrotismos inútiles, quiere llenarnos de esperanza. Y, para ello, el Señor, siempre atento a nuestras necesidades, nos dice: “No os dejaré huérfanos” (Juan 14, 18), y nos regala la presencia maternal de María. La Madre de Jesús, discreta y fiel, llena de luz nuestras oscuridades como lo hace en el Sagrario de nuestra bendita Parroquia. María habita en medio de nosotros como lo hacía entre los discípulos. Ella es la memoria viva del Hijo, el testimonio ardiente de Jesús en los primeros pasos de la Iglesia. Reina de la Paz y Madre de la Iglesia. A su intercesión nos confiamos para que Ella, Blanca Paloma del Cielo, acompañe en su peregrinar a nuestra Parroquia, a sus sacerdotes y feligreses, a nuestra Hermandad y, en definitiva, a todos los que conformamos la Iglesia para que, por medio de nuestras vidas, ésta sea reflejo y transparencia del infinito Amor de Dios por los hombres, sedientos de la fuerza del Paráclito, Espíritu Defensor, Espíritu de la verdad, Espíritu de paz.
Pentecostés 2022
Ignacio del Rey Molina, pbro.