Mis queridos hermanos:
Resulta imposible, para quien escribe estas líneas, recoger siquiera en ellas cuantas han sido sus vivencias como sacerdote que ha tenido el privilegio de participar, como Director Espiritual, de uno de los acontecimientos más grandes de la historia de la Hermandad de la Paz, la Coronación Canónica de María Santísima.
Me limito a poner la mirada en tres signos que, a mi modo de ver, expresan los frutos ya maduros de esta Coronación Canónica que, en palabras de nuestro Arzobispo, ha resultado “ejemplar y modélica”, y que por ello demanda para todos una indiscutible toma de conciencia de nuestra responsabilidad en el futuro.
Olivo. La Parroquia de San Sebastián quiso ponerse en las manos de María Santísima de la Paz, representada en la rama de olivo que, en la víspera de su traslado a la Catedral, tuve el honor de colocar, acercándola a la Virgen en su mismo paso de palio. Esa rama, en las manos de la Virgen, expresa nuestra devoción filial y sincera, devoción que he visto crecer de manera extraordinaria durante estos días en hermanos, feligreses y miles de devotos de la Virgen. Esa rama de olivo significa el fruto de una devoción arraigada, cuyo alcance nos ha sorprendido, y que hemos de cuidar y hacer crecer cada día.
Rosario. El impresionante rosario rezado en la intimidad de las naves de la Catedral, envueltos todos en el silencio sobrecogedor de las mismas, en contraste con el júbilo de su reciente traslado, y mientras respetuosa y entrañablemente trasladábamos la bendita imagen de la Virgen, nos dejó el fruto de la oración. Hemos orado, y la oración ha formado parte esencial de lo acontecido estos días. El rosario, devoción repetida a lo largo de estos días en torno a la Virgen, nos recuerda nuestra necesidad de permanecer en un constante espíritu de oración, en comunión con Jesucristo y su Bendita Madre.
Abrazo. La alegría compartida por todos, sin excepción, al posar el paso de la Santísima Virgen sobre el presbiterio de la Parroquia, ya coronada, quedó expresada en el abrazo fraterno que intercambiamos todos los hermanos ante la cálida mirada de la Virgen. Ese abrazo era el signo de la comunión vivida a lo largo de todas las jornadas que han precedido y preparado el día grande la Coronación. Comunión de hermanos vivida sin fisuras, en espíritu de servicio y entrega generosa. Ese es el fruto precioso de la comunión, un regalo pedido y concedido por la Virgen, por el que hemos de seguir trabajando sin descanso.
Si el Señor en el evangelio de San Mateo, nos recuerda que “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16), también nos conocerán por los frutos de nuestras obras. Los frutos de la Coronación, tan suplicados al Señor durante todo este dilatado tiempo de preparación, nos invitan a mirar el futuro con ardiente esperanza, confiando en la gracia de Dios y aportando todo cuanto esté en nuestras manos para bien de nuestra Hermandad y mayor gloria de Dios.
Con satisfacción grande y espíritu agradecido, recibid todos un fuerte abrazo en el Señor de la Victoria y en su Madre Bendita, Virgen de la Paz.
Isacio Siguero Muñoz, Pbro.
Párroco de San Sebastián y Director Espiritual