A mis queridos hermanos de La Paz: Cuando las puertas de la Parroquia de San Sebastian se abrieron el 26 de marzo del año 1991 todo se había consumado. Parte de la culminación evangélica de nuestro misterio cristífero representa el cumplimiento de las Sagradas Escrituras y también así se manifestó el hecho histórico de la estancia de nuestra corporación en el Porvenir. Desde diez días antes estaban las imágenes titulares de la Hermandad de El Cerro en la Parroquia de San Sebastián. Todo lo que se había programado y organizado estaba cumplido. Las cofradías de La Paz y de El Cerro se unirían para toda la historia.
Atendiendo gustosamente a la invitación que se me brinda en esta publicación para que pueda traer a tiempo presente aquel magnánimo gesto que tuvo vuestra Parroquia y Hermandad, me atreveré a enfocarlo más desde un punto de vista sentimental y afectivo, que narrar una historia que ya ha sido contada y escrita mejor que yo pueda hacerlo ahora. Por ello mis pobres letras tratarán de extraer de mi corazón todo cuanto siente El Cerro por ustedes.
Parece una obviedad que los cristianos, y por ende las Hermandades, deban tener bien arraigado el carisma de la caridad fraterna y de la misericordia con el hermano necesitado. Pero esto que es evidente, a veces se manifiesta menos de lo que debería. En el caso que nos ocupa la Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores de El Cerro del Águila se sintió amparada y protegida por la Parroquia de San Sebastián y por la Hermandad de La Paz. ¿Hay algo más cristiano que tender una mano a un necesitado?,¿hay algo más caritativo en un cristiano que dar al prójimo lo que necesita, aún quitándoselo de lo suyo? Entiendo que la respuesta es fácil; no, no hay nada más cristiano. Cuando ustedes nos disteis vuestra casa, (y digo bien, disteis, no cedisteis) pasamos desde ese instante a ser de vuestra familia. Soy de la opinión que en la vida pocas cosas (o ninguna) ocurren por casualidad, por ello, que la cofradía de El Cerro tuviera serios problemas para poder realizar su tercera Estación de Penitencia, y que relativamente cerca hubiera una Parroquia y Hermandad dispuesta no solo a escuchar nuestros problemas y necesidades, sino que desde el primer momento abrieron sus corazones de par en par, dice mucho de la categoría cristiana y humana de los vecinos y hermanos del Porvenir. Si hubiese ocurrido al revés, cuán orgulloso hubiera estado de mi Parroquia y de mi Hermandad.
Fijaros si las cosas no son casuales que en la celebración del XXV aniversario de nuestra salida desde vuestro Templo, el Santo Padre nos regala el año Jubilar de la Misericordia. Digo y proclamo que aquel año de 1991 la Hermandad de La Paz realizó una de las obras más misericordes de toda su historia, o al menos así lo creemos en mi hermandad.
Los días y noches que pasamos pensando que podríamos hacer una vez conocida la noticia del cierre de nuestro Templo fueron muchos e interminables, pero Dios a veces trabaja de manera misteriosa. Desconozco cual era la situación en vuestra Hermandad en aquella época, pero lo que si conozco es lo que representó abrir los brazos a unos hermanos desconocidos. Hicisteis presente el mandamiento nuevo de Jesús: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros (Jn 13,34).
Y nos sentimos queridos y valorados, con un trato fraternal y sincero. Recuerdo a todos, absolutamente a todos los hermanos de la Paz, como se desvivían por ayudarnos, por estar junto a nosotros codo con codo, por hacer de problemas logísticos motivos de charla y puesta en común. Había que estar muy atento a todo cuanto ocurría para ir llenando la memoria de todo lo que sucedía. Era importante no perder detalle para que hoy podamos recordarlo y que en el interior de cada uno de los que vivimos aquel hecho histórico, podamos regresar una y otra vez a esa maravillosa cuaresma.
Pero fuisteis más generosos aún, porque lo más importante no fue lacesión de espacios y la dedicación de tiempo, sino el Amor que pusisteis en ello. La fortaleza de ese amor que derrochasteis con nosotros fue tan intensa que gracias a Dios aún se mantiene en los corazones de ambas corporaciones. Los cristianos debemos tener entre nuestras virtudes la alegría; y se es más alegre cuanto más se da uno a los demás. Hablar en el Cerro de la Hermandad de La Paz es hablar de nuestra casa; de nuestros hermanos; es vivir continuamente la inmensa alegría que Dios y ustedes nos regalasteis aquel año, es saber que es más gratificante dar que recibir, es entender que lo que no se comparte no se disfruta, es…. en una palabra, ser seguidor de Cristo.
La Hermandad y Cofradía de El Cerro ha tenido varios hitos de relevancia en su corta y pequeña historia. Y no cabe duda que una de ellas fue el cierre de la Parroquia de Nuestra señora de los Dolores, sin embargo, Dios volvió a trabajar de manera misteriosa, ya que, de lo que en principio podría haber supuesto una desgracia y un contratiempo se convirtió en un hecho notablemente significado y en el nacimiento en ambas hermandades del vínculo más fuerte en un cristiano, el Amor.
En mi opinión una clave de lo que significó que nos acogierais, es el hecho que nuestra cofradía aún teniendo un fuerte y arraigado carácter de barrio, (con todo lo que ello significa) jamás nos encontramos desubicados ni extraños en la Parroquia y barriodel Porvenir. La simbiosis que surgió en aquella cuaresma solo se puede explicar atendiendo a la aquiescencia de Nuestro Señor Jesucristo con la intercesión de su bendita Madre, la Virgen María. E incluso la Providencia Divina nos hizo coincidir aquel año; pues en mi opinión la Semana Santa de 1991 supuso para la cofradía de “El Cerro” la consolidación definitiva y rotunda de su pertenencia a la nómina de las cofradías de Sevilla. Y en eso la Hermandad de La Paz y sus hermanos fueron parte muy importante.
Ellos, nuestros Titulares, han querido y contribuido para que esta pequeña historia de veinticinco años que ahora recordamos, sea el germen fructífero para las generaciones venideras. Por ello debemos trabajar y esforzarnos por recordar y alentar esa llama de Amor que Dios encendió en ambas corporaciones en el año 1991. Esa es la responsabilidad que tuvieron nuestros antecesores y que hoy es la nuestra; no podemos dejar de revivir anualmente lo que significó para los barrios del Porvenir y El Cerro que dos hermandades de penitencia se fundieran en una sola.
Queridos hermanos, la Paz de El Cerro es saber que existe un barrio llamado Porvenir.
José de Anca Sosa
Hermano Mayor de la Hermandad de los Dolores del Cerro