EscudoMail II

Miércoles, 21 Junio 2017 16:45

Texto del XL Pregón de las Glorias de María

A continuación se reproduce íntegramente el texto del XL Pregón de las Glorias de María de la Hermandad de la Paz, pronunciado por D. Enrique Esquivias de la Cruz, que tuvo lugar el pasado 17 de mayo de 2017 en los jardines de la Parroquia de San Sebastián de Sevilla.

 

XL Pregón de las Glorias de María

 

Mi juventud son recuerdos de este jardín, pero mucho más oscuro y frío a como hoy lo disfrutamos, de interminables ensayos en noches de lunes de invierno, a las que le quitábamos horas al sueño del descanso con la despreocupación que solo nos daba la edad, noches en las que trasladábamos a la hermandad el ambiente relajado y amigable de la facultad - cuántos estudiantes de derecho y medicina en aquellos primeros años de la cuadrilla. Noches de eternas igualás en la puerta de la Iglesia, hasta que por fin nos mandaban al paso, que había que sacarlo de un almacén de detrás de la parroquia, cuya salida no tenía nada que envidiarle en dificultad a las más afamadas de Sevilla; después venía el consabido paseo por las calles semi desiertas del barrio con la parihuela en lo alto y por fin el botellín y el bocadillo, generalmente de mortadela, aunque a nosotros nos supiera al mejor jamón, acompañados siempre de un rato efímero de relajada charla en la casa hermandad, tras el que tocaba el regreso a casa, cada uno de la mejor forma que pudiera, los que eran del barrio se iban andando, los demás en moto o buscándose un hueco entre los pocos privilegiados que traían coche, ya no eran horas de autobuses ni nuestros bolsillos estaban hechos para los taxis. Yo era del grupo de Los Remedios, como Paco Landa, Enrique Mazuelos, Manolo Trillo, Juan Luis Lorenzo, Rafa Solís, Miguel A. Recio … y entre nosotros, con la mirada nos marcábamos para saber a quién le había dejado su padre el coche aquel día. Vuelta a casa a las dos o las tres de la mañana, sin mas preocupación que el próximo parcial que tuviéramos en el horizonte, y a esperar el siguiente lunes de ensayo. Así pasaba todo un invierno, hasta que por fin llegaba la primavera y con ella el domingo que compensaba el esfuerzo de tantos lunes. Vosotros, perennes y fieles hermanos de La Paz, sabéis mejor que nadie de qué domingo estoy hablando, sabéis mejor que nadie por qué tiene un color especial, por qué no se parece a ningún otro día del año, por qué compensaba con creces tantas horas de ensayo perdidas en noches interminables, por qué amanecía de una forma distinta. Frente a la soledad de los días de ensayo, el barrio ese día aparecía alegre y bullicioso, pero el mayor contraste, sin duda, nos lo encontrábamos al entrar en la iglesia; acostumbrados a verla en la penumbra de la noche, esa mañana se nos presentaba radiante de luz. En la parte del fondo, en cada una de las naves laterales, estaban los dos pasos enfrentados entre sí. En el lado izquierdo el del Cristo con las figuras despojadas de las sábanas con las que las habíamos estado paseando todo el invierno, pidiendo a gritos salir a la calle, en el que destacaba siempre el rojo intenso de sus claveles - aun recuerdo el año en que el paso salió sin dorar, si no me falla la memoria el 83, y muchos de los costaleros se metieron debajo casi sin darse cuenta de que el canasto estaba en madera, de lo bien que lucía. Y en la delantera del paso El Señor de la Victoria con su eterno abrazo a la cruz, el mismo al que cada noche de ensayo habíamos despedido en la capilla sacramental, antes de marcharnos a casa, ahora ya dispuesto a echarse a la calle para recordarle a la ciudad que lo estaba esperando que ese abrazo abarcaba todos nuestros pecados y nuestras flaquezas. En la nave de la derecha se situaba el paso de palio, con la plata reluciente, brillante, la cera intacta, los claveles nuevos, en una tensa quietud que solo se rompía por el casi imperceptible movimiento de la llama de las dos velas marías que alumbraban el Rostro de la Virgen, envuelto en un aura de pureza blanca. La Iglesia se iba llenando poco a poco de nazarenos, costaleros y público, todos aguardando la espera, y cuando a la hora señalada se abrían las puertas, era el mismísimo Domingo de Ramos el que se colaba con los rayos del sol por las naves de la iglesia, mientras la cruz de guía empezaba a avanzar pausadamente por Río de la Plata para estrenar otra Semana Santa.

El tiempo pasa irremediablemente y de aquella época de legionario sólo me van quedando los recuerdos, cada vez mas lejanos, a los que trato de volver cada año, cuando me reencuentro cara a cara con el Señor de la Victoria en la inmensidad de la luz del día que nos anuncia a todos el fin de la espera y el principio de la gloria.

SALUDO

Ilmo Sr. Cura Párroco de la de San Sebastián

Real y Fervorosa Hermandad Sacramental del Señor San Sebastián y Ntra. Sra. Del Prado y Cofradía de nazarenos de Ntro. Padre Jesús de la Victoria y María Stma. De la Paz

Ilmos. representantes del estamento castrense, tan feliz y largamente vinculado a esta hermandad

Después de pronunciar el pregón de la Semana Santa de Sevilla, hace ya diez años, me prometí a mí mismo hacerme el regalo, y de camino hacérselo a los demás, de no enfrentarme a mas pregones, exaltaciones ni empresas que estuvieran por encima de mis escasas cualidades. No tengo dotes literarias ni poéticas. Nunca las he tenido. Sólo hubo dos razones por las que acepté pronunciar el pregón. Una se explicaba por sí sola y tiene un punto de vanidad; qué cofrade o, simplemente, qué persona amante de la Semana Santa de su ciudad puede renunciar a la posibilidad de pregonarla. La segunda razón que me animaba era que, en la medida de mis limitaciones, sólo me siento medianamente capaz de escribir sobre mi propia experiencia, mis creencias y mis emociones personales y en eso, hablando de la Semana Santa y de lo que representa para Sevilla, me sentía tan capacitado como el que más.

Y sin embargo aquí me tenéis esta tarde, incumpliendo mi promesa y enfrentándome al reto de rezarle a la Stma. Virgen de La Paz, ante la inconsciente invitación recibida de la Hermandad, que agradezco con afecto. Pues debo confesaros que esta vez también han sido dos razones las que me han obligado a ir contra mi propia decisión. Por un lado, tengo muy presente que fue mi padre, Enrique Esquivias Franco, quien en un lejano ya año de 1978, iniciara este encuentro mariano de la Hermandad con Su Madre. De otro lado y no menos importante, no puedo olvidar tampoco, ni quiero olvidar, aquellos maravillosos años universitarios en los que fui yo mismo quien se vinculara a la hermandad, llevando al Señor de La Victoria por las calles de Sevilla.

Así que aquí me tenéis, con el mejor ánimo posible, dispuesto a salir del trance para el que no estoy hecho y por el que os pido la mayor de las clemencias. No esperéis de mí, por tanto, ni el verso, ni la rima, ni la exaltación al uso, aunque la empresa que me propongo puede que sea incluso mas difícil que todo eso, porque qué es un acto mariano sino el de ir al encuentro de Jesucristo a través de las virtudes de Su Madre. María, la de la confianza plena en Dios, la de la total obediencia, la de los valiosos Silencios, la del hermosísimo papel evangélico de estar siempre sin llamar nunca la atención, la de las apariciones discontinuas, aparentemente secundarias. Los evangelios nos narran una presencia muy escasa de la Virgen en la vida de Jesús, pero absolutamente fundamental, infinitamente rica en matices y en contenido. Sus acciones, sus palabras y en muchos casos, sus omisiones y sus silencios son el mejor de los espejos en el que podemos mirarnos para comprender y ver, con total nitidez, que es los que Dios nos pide a cada uno de nosotros.

Un papel evangélico que mi Virgen, la que es más mía, cumple a la perfección en la permanente compañía de Su Hijo, el que habita en San Lorenzo y en el corazón de tantos sevillanos, y así tuve ocasión de decirlo en mi pregón de la Semana Santa:

“Y el tercer palio, el mío, también aguarda la espera. Mi Virgen es pequeña, delicada, de rostro suave. El Discípulo le habla pero Ella no le escucha, está demasiado pendiente del momento que tendrá que salir detrás de Su Hijo. Pasará toda la noche siguiendo los pasos del fruto de su Vientre, desapercibida una Madrugada más, como lo está todo el año, cumpliendo con Su Evangélico papel secundario. Pero siempre estará, en la Madrugada, acogiendo con Su Manto las almas de los que Lo vieron pasar caminando y no pudieron seguirle; durante el año en su Camarín, al que siempre podremos acudir, desviando la mirada, cuando no nos atrevamos a mirarlo de frente, porque le hayamos ofendido otra vez. Es mi Virgen del Mayor Dolor, la más discreta, la que siempre ha estado con los Suyos desde el lejano día que se fundó la Hermandad del Traspaso en torno a Ella, la que siempre nos acompañó en la Estación de Penitencia. ¡Mujeres de Jerusalén!, no lloréis por mí, hacedlo por mi Madre y no la dejéis sola (Lc. 23, 28).”

Quiero agradecer las palabras de mi Hermano Mayor Félix, que obedecen mas que otra cosa a la amistad que nos une desde hace mucho tiempo, porque, aunque ahora les pueda parecer a vds que tenemos mas o menos la misma edad, le llevo los suficientes años para que hubiera un momento en que yo accedí al cargo de diputado de obras asistenciales de nuestra hermandad, cuando ya teníamos por allí a un joven estudiante de dos carreras, formando parte de la Bolsa de Caridad, allá por finales de los años 80. Desde entonces se podría decir que hemos tenido trayectorias paralelas en la Hermandad y es mucho lo que hemos vivido juntos. Félix fue, por supuesto uno de mis mas valiosos colaboradores cuando tuve el privilegio de ser Hermano Mayor y ahora es a él a quien le toca dirigir el rumbo de la hermandad, como lo está haciendo con buen viento y mejor derrota.

Y por supuesto quiero agradecer a la Hermandad de La Paz que se haya acordado de este antiguo legionario del Señor de la Victoria para rezarle a Su Madre. Todo lo que se me ocurre decir es que en el pecado llevan la penitencia de lo que pueda salir, aunque si no es de vuestro agrado, no será por falta de cariño ni de interés del exaltador.

Vivimos en la tierra de María, se nos llena la boca de decirlo y de presumir de ello. Nos vanagloriamos incluso de que uno de los títulos de nuestra ciudad sea el de Mariana, al menos de momento, porque no es ningún secreto que cada vez son mas los que están deseando quitárselo. Es cierto, la historia de Sevilla está unida a la devoción a la Virgen desde la época visigoda y sobre todo, desde el mismo instante en que el Rey Santo la reconquistara con la Reina de los Reyes bajo el brazo, para convertirse en patrona de la diócesis. Presumimos de haberle dado lecciones de marianismo a la mismísima Roma proclamando el dogma mucho antes de que La iglesia lo sancionara y la ciudad se ha hecho siempre al son de sus advocaciones mas antiguas, incrustadas en su callejero y en su memoria con el paso de los siglos, Amargura, Valle, Rosario, Encarnación, Estrella, Amparo, Todos los Santos, o de otras mas recientes, creciendo al mismo ritmo que lo hacen las nuevas barriadas, Mercedes, Dolores, Salud, y siempre Esperanza en las dos orillas. Pero qué poco se nos nota todo eso en tantas ocasiones. Qué poco nos miramos en el espejo de Sus virtudes. Sabemos que la Virgen es Corredentora de la Salvación, Mediadora entre Dios y los Hombres y Dispensadora de todas las Gracias. Todo esto lo tenemos tan automatizado que apenas nos paramos a pensar en lo que significa.

La Confianza en Dios          

Dejen por un momento este hermoso jardín y vénganse conmigo, saltándonos las reglas del espacio y el tiempo, a la provincia romana de Galilea, en tiempos del emperador Augusto, para conocer a esta Mujer. Hablamos, por tanto, de una figura absolutamente centrada en la Historia, geográfica y temporalmente, como también lo está Su Hijo. Ese es el gran Misterio de nuestra Fe, poder identificar a Dios en nuestra propio mundo y conforme a nuestras propias leyes físicas. El gran privilegio de los cristianos frente a quienes tienen que limitarse con imaginar a un Dios lejano y ausente.

Sitúenla vds. en ese escenario  pero mucho mas joven, casi una niña, viviendo en una aldea ínfima de una región pobre, en el seno de una familia humilde. Una mujer que no llama la atención absolutamente por nada. Una mujer como podría ser cualquier otra de cualquier otro lugar. Desposada ya con un joven. Como cualquier otra novia, andará con los preparativos de su boda. Tendrá ilusión por crear una familia y querrá tener hijos para ofrecérselos a Dios en la Sinagoga de su pueblo, Nazaret. En definitiva una mujer como cualquier otra en la historia del Mundo a la que un buen día, Dios la incluye como protagonista principal de sus planes, muy distintos a los que Ella tenía. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué Ella y no otra? no lo sabemos ni falta que nos hace. Las decisiones de Dios no son las nuestras. Quizás el gran pecado de la Humanidad haya sido muchas veces querer comprender los planes de Dios, cuando no querer enmendarlos o incluso rechazarlos directamente. Pero volviendo a esta Mujer, El Angel le anuncia que el Señor se ha fijado en Ella (Lc. 1,26-38), que tendrá un hijo sin necesidad de yacer con ningún varón y además le dice el nombre que debe ponerle. Llevamos tanto tiempo escuchando y repitiendo la Anunciación que ya no reparamos en lo que significa. Pero cuál hubiera sido nuestra respuesta si nos pasa algo parecido, mejor no pensarlo, aunque sí sabemos cuál fue la suya: “He aquí la esclava del Señor, hágase según su palabra” (Lc. 1,38). Piensen por un momento lo que suponía esa frase. Piensen en lo que significaba en aquella sociedad hebrea de hace dos mil años el embarazo de una mujer soltera, por añadidura desposada con otro hombre, que sería, lógicamente el primero en montar en cólera y repudiarla, Ella en ese momento desconocía que su esposo también iba a entrar en los planes del Dios. Y todo lo que dijo por respuesta fue “He aquí la esclava del Señor”.

De la Anunciación podemos extraer los primeros rasgos fundamentales de lo que hace María y por qué la llamamos dispensadora de todas las Gracias.

La primera de ellas es, sin duda, La Confianza plena en Dios. ¿Cuántas veces estamos nosotros necesitados de esa confianza? ¿Cuántas veces desesperamos de nuestra suerte o caemos en el derrotismo? Por qué sentimos miedo tan a menudo, frente a una enfermedad, frente a un problema laboral, frente al daño que nos pueda hacer alguien. En definitiva, cuántas veces perdemos la confianza en el Señor. Eso es síntoma claro de que nos flaquea la Fe. Una persona con la Fe intacta nunca puede caer en la desesperanza. Siempre tiene que confiar en Dios plenamente, por duras que le parezcan las cosas, por difíciles que le resulten de comprender. Como nos dijo otra mujer muchos siglos después, Teresa de Jesús,  “Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta”. Pero nosotros parecemos siempre necesitar algo más y eso es por nuestra desconfianza. No es cierto que nos sintamos sobrados con la compañía de Dios. Si fuera así, caminaríamos por la vida con paso firme, con determinación, con rectitud, sin tanto miedo, sin tanta flaqueza, sin tanta búsqueda de cosas que nos parecen fundamentales y lo único que dejan al descubierto es nuestra falta de Fe.

La voluntad de Dios

Enlazando con esa confianza plena en el Señor, podemos destacar otro rasgo fundamental del Misterio de la Anunciación: Esta Mujer tenía unos planes, a los que hemos hecho alusión, unos planes como los de cualquier otra mujer de su entorno, y de pronto el Angel irrumpe en Su vida para decirle que se olvide de todo porque Ella ha entrado en los planes de Dios, que le reserva otra misión. Su respuesta es tajante. “Hagase según tu palabra”. Igual que años más tarde diría Su propio hijo en el Huerto de los Olivos, cuando su naturaleza humana le hacía flaquear y sintió miedo a lo que se le venía encima.

Y esto debe hacernos reflexionar por tantas ocasiones en las que confundimos nuestros planes con los planes de Dios deliberadamente. Buscamos mil excusas para hacer, no lo que Él nos pide, sino lo que nosotros queremos y nos atrevemos a disfrazarlo como planes de Dios. María nos muestra cuál debe ser siempre nuestra actitud en la vida: Hágase según tu palabra. ¿Estamos dispuestos siempre a dar esa respuesta cuando Dios nos pide algo? Evidentemente, ninguno de los presentes está llamado a un papel como el que El Señor le reservó a Ella, pero todos estamos llamados a cumplir una misión. A todos se nos pide algo todos los días.

La Anunciación nos permite recordar, además, algo que desgraciadamente está de enorme, rabiosa y triste actualidad, de negra actualidad, me atrevo a decir; los planes de Dios empiezan con el anuncio a la Virgen de la Encarnación de una criatura divina en Su Vientre. Los creyentes no podemos olvidar nunca que la historia de la Salvación empieza con el Anuncio a María, quien en ese mismo momento se convierte en Templo de Dios y de la misma forma, cada mujer concebida se convierte en templo de una criatura de Dios que tiene derecho a la Vida.

Los Silencios de la Virgen

El Pasaje de la Anunciación termina con una frase hermosísima: “Y el Angel la dejó” No hay más, no se dan más explicaciones. Se crea un enorme silencio. Qué forma mas hermosa de terminar la aceptación de la misión que le encomendaba Su Señor, con el Silencio.

Nueve meses después de aquel anuncio, nació la obra de Dios de las entrañas de la Virgen. Estamos hartos de recrearlo. La próxima Navidad, aunque ahora nos quede muy lejos, lo volveremos a hacer idílicamente: el portal, la adoración de los magos, los pastores, el paisaje con las montañas nevadas y las ovejitas. En el fondo, creo que no es más que un legítimo, o por lo menos justificado intento de rechazo por nuestra parte de aceptar la realidad de que el Señor nació en la más absoluta pobreza. Aquel portal en Belén, porque no había sito en la posada, en la Sevilla del Siglo XXI hubiera sido sin duda una de las chabolas de El Bacie o un piso de los Pajaritos. La Sagrada Familia sería una más de esas familias a las que la crisis de los últimos años les ha quitado casi todo. Aquella bucólica adoración de los pastores tuvo un significado muy distinto al que hemos edulcorado con el paso de los años. En la Palestina de hace dos mil años, los pastores eran lo más bajo de la sociedad, el oficio más marginal, los que ni siquiera podían guardar el sábado hebreo. No es ninguna casualidad que el Señor permitiera que los primeros que tuvieron ocasión de adorarlo fueran los mas pobres de los pobres, los marginados de todo.

El Evangelista San Lucas, que es quien narra La Anunciación y el Nacimiento de Jesús, nos dice que cuando los pastores acudieron a adorar al Niño, tras el anuncio del ángel, la Virgen guardaba estas cosas dentro de Su Corazón (Lc. 2,19). De nuevo el silencio, el hermoso silencio ante la obra de Dios.

Doce años después del Nacimiento, vuelve a contarnos San Lucas que ese Niño que El Señor le ha mandado a la Virgen sin entender absolutamente nada se les pierde en la caravana de regreso de Jerusalén. Creo que todos los que somos padres hemos pasado, aunque sea fugazmente, la angustia de perder de vista a un hijo. En esa situación tan humana, tan familiar, tan del día a día, se encontraron la Virgen y San José durante tres días. Lo encontraron donde menos se lo esperaban, en el Templo, y menos comprensible aun, debió ser para ellos la respuesta que les dio: “Estoy en la casa de mi Padre”. Y el Evangelista vuelve a terminar el pasaje con la misma expresión: la Virgen guardaba estas cosas dentro de su Corazón (Lc. 2,50)

El pasaje de la Natividad y el del Niño perdido en el Templo terminan con la misma frase: “La Virgen guardaba todas estas cosas dentro de  su corazón”. No hubo protestas, no hubo revelación contra lo incomprendido, no hubo rechazo ni miedo, simplemente “el Silencio dentro de Su Corazón”.

María es el gran ejemplo del Silencio del Evangelio. Ella, que era la gran colaboradora en la Obra de Dios en la creación del verbo, encarnado en el Cuerpo de Su Hijo, guarda silencio para que nosotros podamos escuchar la Palabra de Dios.

A menudo hablamos más de la cuenta. Queremos hacer oir nuestra voz por encima de todas las voces. Todos nos creemos en absoluta posesión de la verdad y convertimos nuestra existencia en una auténtica jaula de grillos. Si escucháramos más la Palabra de Dios quizás encontraríamos más coherencia y más racionalidad en nuestras vidas. Si supiéramos guardar mas a menudo el silencio que guardó Ella para que sólo se oiga la Palabra del Señor.

Escuchar la Palabra de Dios

Cronológicamente, la siguiente aparición de la Virgen de la que tenemos referencia se la debemos a San Juan en las Bodas de Caná (Jn. 2,2-12)

El Señor no ha comenzado todavía su tiempo de predicación “quién te mete a ti en esto, todavía no ha llegado mi hora” le contesta. Sin embargo accede a anticiparnos su obra y lo hace por una razón tan humana, tan cercana, tan poco trascendente como es, simplemente, la de acceder a lo que le pide Su Madre. Encontramos aquí, probablemente uno de los gestos más cotidianos del Señor, en el que se advierte de manera más palpable su condición humana. Y paralelamente, advertimos la presencia de la Virgen como simple Madre. Es seguro que no entendía ni sabía nada de los planes de Dios, lo iba guardando todo en Su Corazón, en silencio; sin embargo, sabe que Su Hijo será capaz de solucionar aquél problema tan doméstico y tan sencillo como era el simple hecho de que se hubiera acabado el vino en la boda de unos amigos.

En este sencillo pasaje, María vuelve a mostrársenos copartícipe y coautora de los planes de Dios. Ella es la que intercede entre Su Hijo y los hombres. Ella es la que, una vez más, calla y nos pide que escuchemos la Palabra de Dios. Ella es la que nos pide que cumplamos la voluntad de Dios: “Haced lo que Él os diga”

En la Hora Final 

Finalmente, también es San Juan quien nos permite conocer con exactitud la presencia de María en la hora final del Señor, Stabat Mater Dolorosa. Los Evangelistas sinópticos nombran a las Santas Mujeres en el Calvario, sin nombrarla a Ella. Pero sí lo hace el otro gran protagonista a los pies de la Cruz, el discípulo amado. De nuevo una presencia secundaria, sin una sola palabra. Mientras veía morir a Su Hijo María seguía en silencio, aceptando los planes de Dios. Ella seguía sin comprender nada, pero sumisa a Su voluntad

Madre de La Iglesia

Y no es ya en los Evangelios sino al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, escritos por el propio San Lucas, el evangelista que sin duda presta más atención a la Virgen, cuando aparece de nuevo Ella, sentada en el cenáculo en compañía de los primeros discípulos (Hch. 1,14)

“Todos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, además de María, la madre de Jesús y sus parientes”

La Virgen es nombrada de nuevo casi de pasada, la encontramos en compañía de todos, en oración. Nuevamente una visión casi inapreciable, pero siempre presente. Vuelve a ser el Silencio en torno al cuál se oye la Palabra de Dios. Ahora ya la podemos adivinar como madre de aquellos primeros discípulos que empezaban a practicar la oración en común. María aparece ya como Madre de la Iglesia, en torno a la que la Comunidad de fieles se reúne, como estamos haciendo nosotros esta tarde.

Las apariciones de La Virgen en los textos sagrados, escasas, discontinuas, aparentemente secundarias, son el más claro ejemplo de lo que debemos hacer quienes nos llamamos sus hijos: Escuchar la Palabra de Dios, aceptarla y ponerla en práctica. Es así de sencillo. No podemos buscar mil excusas para hacer nuestra voluntad y no la Suya. Un Mandamiento muy simple, el que esta mujer cumplió: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Un Cristianismo sin obras es un Cristianismo muerto. Las hermandades somos asociaciones de Culto y el Culto hoy, que se tiende a desacralizarlo todo, que se quiere arrinconar lo religioso, hoy que muchos querrían vernos desaparecer, es mas necesario que nunca, sobre todo el culto público, aunque en la misma medida y precisamente por eso, estamos mas obligados que nunca a cuidar de ese culto para no convertirlo en un espectáculo tan externo como superfluo y para no torcer la devoción en mera afición. Pero no podemos olvidar nunca que no hay mejor forma de amar a Dios que hacerlo con nuestros semejantes, como lo hizo esta Mujer que hoy nos preside. No hay mejor forma de amar a Dios como aceptar Su voluntad como Ella lo hizo, como confiar en Él como Ella confió. No hay mejor forma de seguir a Dios como escuchar Su palabra como hizo ella. Y no hay mejor forma de quererla y honrarla a Ella como hacerlo con nuestros semejantes, como el Señor nos mandó.

Final

Como lo hace su hermandad, que un año mas, y van cuarenta, se reúne en torno a esta hermosa guardiana del parque, para pedirle que interceda ante su Hijo por todos nosotros, y recordarnos que Su Victoria sobre la muerte fue también la nuestra, que su eterno abrazo a la Cruz es un abrazo de vida y de salvación al que todos estamos llamados

No creo que ningún día del año esté mejor engalanado este jardín parroquial como lo está hoy con esta Mujer que es causa de nuestra alegría, templo de Dios, Madre de todos nosotros y Reina del Mundo; Esta Mujer a la que su hermandad, su barrio y su gente tienen la suerte de nombrarla con una de las palabras mas bellas que existen:

La Paz, pero no la paz humana, artificial, conseguida por un mero equilibrio de fuerzas para evitar la violencia, sino la que nos dejó el Señor “Mi paz os dejo, mi paz os doy”. Una paz que se consigue desde la armonía interior de cada uno, en torno los valores de la justicia, fraternidad e igualdad. Es la paz del corazón, la de cada persona consigo misma  y con Dios. La que se opone a la turbación, el ansia o el miedo.

Virgen Blanca de la Paz, aquí tienes hoy a este antiguo legionario de Tu Hijo que ha venido a postrarse a tus plantas para pedirte por tu hermandad, la que lleva 78 años creciendo bajo tu protección y tu amparo, la que empezó a coronarte el día que empezó a quererte, porque sabe que Tu Corona está hecha con la plata del amor al prójimo, está labrada con cada una de las personas atendidas en su Bolsa de Caridad o en el Centro de Orientación Familiar, con cada hermano sin trabajo que aquí encuentra el aliento y el consuelo cuando ya no le quedan mas puertas donde llamar.

También te pido por tu hermoso barrio y por su parroquia, para que siga siendo el faro que ilumine a sus feligreses en este mundo tan convulso y oscuro.

Y muy especialmente te pido hoy por tu ciudad, esta bendita ciudad que cada vez se reconoce menos a sí misma, esta ciudad que camina sin rumbo, casi por inercia, desde hace varios siglos, sin que nadie lo remedie, que cada día pierde mas su identidad sin que nadie lo evite, esta Sevilla nuestra, tan madrastra de sus hijos y tan madre maltratada, que no es capaz de conservar las señas de identidad mas intimas, que permite que se degraden sus fiestas más sagradas entre la alegría de algunos y la indiferencia de muchos.

Virgen Blanca de la Paz, espejo de todas las madres, intercede por tus hijos, por los que luchan por salir de la miseria, por los que viven adocenados en el consumo y el materialismo mas inmediatos, por los que no han oído nunca hablar del fruto de Tu Vientre o por los que lo oyeron y lo quisieron olvidar, pensando que no les hacía falta. Tú que eres ejemplo de obediencia y de confianza en Dios, no permitas que caigamos en la desesperación, no permitas que este mundo se aleje cada vez mas de la enseñanza que Él nos dejó.

Virgen Blanca de la Paz, la flor mas hermosa del parque, la luz mas pura del Porvenir, no nos abandones nunca aunque nosotros nos olvidemos de ti y danos siempre tu protección. Amén.

D. Enrique Esquivias de la Cruz